Ya se han iniciado los preparativos para la conmemoración del 500 aniversario de la Reforma en 2017. Sin dudas, pasaremos mucho tiempo reflexionando sobre la vida de Martin Lutero y sus enseñanzas, como también en los logros de los católicos y luteranos que firmaron la Declaración Conjunta de la Justificación por Fe.
En 1546, luego de sufrir un accidente cerebro-vascular, Martin Lutero falleció habiendo hecho mucho para llamar al pueblo de Dios a la fe apostólica. La Universidad de Wittemberg publicó un comunicado oficial anunciando su muerte y posterior funeral. El anuncio describía a Lutero como alguien “elevado divinamente” que “restauró la luz del Evangelio”. ¿A quién atribuían los autores el crédito por el ministerio de Lutero? El anuncio decía claramente “Esto debe ser reconocido como una bendición de Dios; pero mientras le agradecemos debemos al mismo tiempo amar a los embajadores del Reino de los Cielos.”
Mientras recordamos a los grandes hombres y mujeres que han contribuido grandemente a ayudarnos a entender que significa ser discípulos de Jesús, ¿no deberíamos también considerar cuanto de ese camino recorrido fue marcado por experiencias dolorosas?
Tal es el caso del líder Bautista, John Smyth que tuvo que abandonar su tierra natal para disfrutar la libertad de adorar al Dios que conocía; y en 1611, mientras sufría a causa de su salud, fue excomulgado por la iglesia que Dios lo había llamado a formar.
A su vez, Thomas Helwys tuvo que huir de Amsterdam dejando atrás a su esposa e hijos. A pesar de los obvios riesgos, Helwys y doce emigrantes Bautistas regresaron a Inglaterra donde predicó en contra de la persecución religiosa y sufrió cárcel y muerte en la Prisión de Newgate.
Por supuesto, todos nuestros actos de sacrificio no pueden compararse con el que Dios ha hecho por nosotros en la forma de Jesucristo. Aquel que “abandonó el esplendor del cielo”, enfrentó las tribulaciones de este mundo y tomó el camino hacia la Cruz para darnos salvación. Lo amamos porque el nos amó primero (1 Juan 4:9) y estamos preparados para tomar nuestra cruz diariamente y seguirle (Lucas 9:23) siguiendo el ejemplo de Cristo.
Porque sabemos lo que Dios ha hecho por nosotros a través de Cristo, tenemos la capacidad de servir al Señor con alegría. Mientras lo hacemos, aceptamos la vocación de ser embajadores del Reino de los Cielos.
Neville Callam
Secretario General
Alianza Bautista Mundial
Raúl Scialabba
Servicio de Prensa para América Latina y España
Traducción Paula Fulfaro