Una Fe Obediente
¿Qué valor le damos hoy al lenguaje de la obediencia?
Hablar de obediencia presupone una relación entre alguien que da órdenes y otro que obedece sus mandatos.
Mencionar la obediencia problematiza la calma de nuestro sentido cultivado evidenciando imágenes de autoridad y subordinación, arrogancia y docilidad. Nuestra noción de autonomía individual, altamente estimada por nosotros, no tiene espacio para el lenguaje de la obediencia.
Muchos podrían decir que, si tal lenguaje fue relevante para las edades pasadas, ciertamente ha perdido su utilidad en nuestros días.
Sin embargo, cuando recordamos la emocionante cosa nueva que Dios hizo posible en un grupo de gente reunida en Jerusalén en el día de Pentecostés, ¿no nos sentiremos inducidos a considerar la obediencia como algo bueno, después de todo?
El mandato a los discípulos fue claro. Tenían que quedarse “en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49b – RVA60). De modo que cuando llegó el tiempo en que la promesa se cumplió, aquellos que obedecieron y permanecieron en Jerusalén tuvieron una experiencia única en sus vidas. Experimentaron el derramamiento del Espíritu Santo y recibieron el adiestramiento y la capacitación necesarios para convertirse en testigos efectivos de Cristo.
Allí y entonces, declararon los poderosos actos de Dios en su historia – la obra salvadora de Aquel que hace todas la cosas nuevas a través de Jesucristo.
¡Sólo imaginemos que aquellos discípulos no hubieran considerado necesario obedecer el mandamiento de quedarse en Jerusalén! ¿No hubieran perdido el gozo de ver la promesa cumplida, sus vidas transformadas y la iglesia floreciendo en plenitud?
La verdadera libertad no se encuentra en el lujoso derecho de hacer lo que uno quiere. Por el contrario, la verdadera libertad se experimenta en una elección voluntaria, en el poder del Espíritu Santo, de vivir en gozosa obediencia a Aquel que sacrificó sus vidas por nosotros y que ganó la victoria sobre la muerte por nuestra liberación.
El Pentecostés nos recuerda el inapreciable valor de una fe obediente.
Neville Callam
Secretario General de la Alianza Bautista Mundial
Traducido por Daniel Carro