El Dios que cumple su promesa

Más de un lugar es favorecido con preciosas montañas y valles bañados de sol. Lo mismo ocurre en el caso de la experiencia humana. La vida está hecha de momentos que nos inspiran, que a veces solemos denominar experiencias en la cima de una montaña, y también momentos exasperantes cuando tambaleamos en medio del valle del desaliento y el dolor. Momentos de victoria y tiempos de sufrimiento son parte y embalaje de lo que significa vivir.

Cuando nos toca atravesar lugares desiertos en ciertos momentos, con frecuencia nos sorprendemos por lo que desencadena aquellas pesadillas de la vida. Sacudidos por un trauma, zarandeados por una decepción, nos preguntamos por qué, y frecuentemente, pese a una búsqueda intensa, no hallamos respuestas satisfactorias.

En Pentecostés, recordamos que, en el trayecto de la vida, contamos con una confiable fuente de consuelo y fortalecimiento. Las promesas de Dios a los discípulos de Cristo son siempre cumplidas. Tenemos una buena razón para confiar en la Palabra de Dios.

Cuando Dios prometió, por medio del profeta Joel (2:28-32), el derramamiento del Espíritu en los postreros días, los discípulos pudieron creerlo. Cuando Jesús entregó la certeza de que el Padre enviaría el Consolador  –el Espíritu de verdad (Juan 14:16-18)—los discípulos lo podían creer. En Pentecostés el Espíritu vino como un viento y un fuego y, con poder para sanear y limpiar, revelando así la plena disposición de Dios para purificar y sanar a todos quienes son remecidos en momentos áridos de la vida y apartados de la realidad del asombroso amor de Dios.  Podemos discernir en tiempos difíciles la mano amorosa de Aquel que bautiza con viento y fuego (Mateo 3:11).

Y fue el mismo Pedro quien lo puso en claro, en su sermón aquel Día de Pentecostés, que Aquel que había sido tan erróneamente tratado estaba haciendo las cosas correctamente para el pueblo. Él explicó que Dios estaba formando un pueblo para traer esperanza y vida a través del cumplimiento de su promesa.  Esto fue consumado en la muerte y resurrección de Jesús y en la entrega del Espíritu Santo. E incluso todos aquellos que habían mantenido una distancia discreta del centro de acción durante la pasión de Jesús podrían captar, llegar a estimar, y compartir el mensaje de esta plena confianza en Dios.

Esta es la razón porque Pentecostés es una fiesta de testimonio dinámico. Todos y todas quienes se han encontrado con el viento y el fuego del Espíritu Santo descubren dentro de sí una pasión por compartir las cosas que han visto y oído. Su encuentro transformador de vida con la fidelidad de un Dios que cumple su promesa les mueve a compartir con otros las Buenas Nuevas de la salvación que Dios ofrece a través de Jesucristo.

Al celebrar el Día de Pentecostés, recordemos a quienes que han sido traumatizados por desastres naturales y que ahora se preguntan cómo podrá ser su futuro. Que nuestra celebración de este Día sea rica en hacer memoria del Dios fiel a quien servimos. Dios nunca nos deja solos. Dios camina con nosotros, cumpliendo fidedignamente las promesas hechas, construyendo vida nueva sin detenerse, y bondadosamente dejando en nosotros la marca de la esperanza.

Neville Callam
Secretario General de la
Alianza Bautista Mundial

Traducción de Josue Fonseca (Chile)

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© 18 de mayo 2015